Carece
de novedad decir que un oficio es peligroso, obrero de la construcción o
periodista, por caso. También es un riego el de escritor, y mucho más
si lo que escribe es poesía y si la poesía es asumida como compromiso
vital; a ellos la muerte los alcanza sigilosa. Y sin lágrimas –como lo
muestra el autor de este artículo.
Curioso
que Coquimbo y La Serena, tierra de poesía en Chile, entierren casi
vivos a sus poetas, los fría, y así bien dorados, como por el sol del
norte, los mande pal otro lao.
Altagracia
y Moya murieron en la miseria y seguramente no eran bien vistos por las
“autoridades culturales” de ambos municipios, que ignorantes hasta el
hueso, sólo vieron sus propias estupideces en el horizonte,
repartiéndose escalofriantemente entre risitas huevonas el quesito y el
salame.
¡Ay!
Estas seudos autoridades de la cultura, malolientes mandos medios,
manga de mequetrefes que se roban los presupuestos de las artes para
satisfacer sus propias carencias y comer y después tirarse pedos más
fétidos que los que plantea Nietzsche acerca de los ingleses, en la
filosofía a martillazos, que tanta falta nos hace.
Álvaro Ruiz.
(Coquimbo, febrero de 2010).
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